Un infierno de hielo y nieve azotaba
las carreteras del sur de Bélgica durante la Lieja-Bastogne-Lieja de 1980 la
inmensa mayoría de corredores se bajan de la bici, no es el caso de Bernard
Hinault
En un veinte de abril, pero no del noventa
como en la canción, sino de 1980 se disputaba en la región de Valonia la clásica
decana del ciclismo (se corre desde 1892), la Lieja-Bastogne-Lieja con una climatología más cercana al invierno
siberiano que a la primavera belga. Desde el inicio de la histórica carrera la
nieve y el frio hicieron acto de presencia obligando a gran parte de los 174
ciclistas que salieron de Lieja a bajarse de la bicicleta, subirse en los
coches de equipo y marcharse a los hoteles donde buscar un calor corporal que
tardarían días en encontrar y todo ello en apenas una hora de carrera.
El germano Pevenage y el corredor belga Ludo Peeters abrían carrera por delante
en un verdadero acto de valentía y en plena lucha contra las adversidades
meteorológicas de una jornada infernal e inolvidable. El cada vez más reducido
grupo perseguidor era capitaneado por un testarudo bretón llamado Bernard Hinault que en aquellos años
dominaba con mano de acero el ciclismo mundial. La llegada del legendario Col de Stockeu, donde el gran Eddy
Merckx tiene su merecido monumento, iba a propiciar el ataque de Hinault
que se marchaba con el italiano Contini
y el belga Lubberding a la caza del dúo
de cabeza que seguía liderando la prueba en la tempestad. Anteriormente el
propio Hinault estuvo a punto de bajarse de la bicicleta “¡Si sigue nevando,
paro!” gritaba a sus compañeros del conjunto Renault-Elf, uno de ellos Maurice
Le Guilloux le convence de que continúe motivándole para la victoria, aunque
piensa que si él hubiera abandonado, Hinault no hubiera tardado en hacerlo.
Atravesando una violenta tormenta de nieve a su paso por la subida a la Haute-Levee el trió de perseguidores
alcanza a Pevenage y a Peeters y forman un quinteto en cabeza de carrera que
iba a durar poco tiempo.
Bernard Hinault está completamente congelado, apenas
puede mover las manos del manillar y pedalea por pura inercia en un cuerpo
totalmente paralizado por la lluvia, la nieve y el viento. La única forma de
quitarse esta horrible sensación es pedaleando más rápido para entrar en calor,
algo que el francés cumple con precisión y abandona el grupo ante las
sorprendidas miradas de sus compañeros de aventura con ochenta kilómetros por
delante para llegar a las calles de Lieja. “Yo no veía nada, solo pensaba en mí
mismo” con esta frase resumía Hinault sus pensamientos y sensaciones camino de
conseguir una de las mayores gestas de la historia de las clásicas y del
ciclismo desde sus inicios. El bretón ya ha conseguido la segunda Lieja de su
formidable trayectoria, se dirige al podio después de recibir ropa seca y
descansar unos minutos antes de recibir su merecido premio, a 9 minutos y 24
segundos llega el segundo clasificado dando tiempo al grupo, un holandés Hennie Kuiper que llega a meta aturdido
y observando cómo apenas quedan periodistas ni publico en la línea de meta algo
inaudito en una jornada dantesca que ninguno de sus 21 supervivientes podrán
olvidar fácilmente ni siquiera el ganador Hinault que aun a día de hoy apenas
tiene movilidad en la punta de dos de sus dedos.
Escrito por:
@Sincadenablog
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